Desde la Plaza de Catalunya al puerto, las Ramblas de Barcelona son uno de los paseos más emblemáticos de la ciudad. Durante años un centro neurálgico de la sociedad catalana, hoy un río de gentes de todos los lugares, un espacio interclasista, una plaza alargada y elástica donde transita la diversidad, una verdadera Babilonia moderna.
Quién lo iba a suponer en el siglo XIII cuando era una riera pegada a la muralla medieval, por donde bajaban las aguas hacia el mar. Entre los siglos XVI y XVII se edificaron algunos conventos pero la demolición de la muralla fue el paso decisivo para convertir el lugar en un paseo. La desamortización de Mendizabal, en el siglo XIX, liberó los bienes eclesiásticos y ya el paseo acabó de consolidarse con la construcción de importantes edificios civiles y señoriales: una plaza pública, un mercado, un teatro y otros edificios. ¿Quién no ha oído hablar de la Plaza Cataluña, el Gran canaletas quiosc barcelona antiguaTeatro del Liceo, el Mercado de Sant Josep más conocido popularmente como La Boquería, la barroca iglesia de Betlem, el Palau Güell patrimonio de la Humanidad, la entrada a la porticada Plaza Real, el monumento a Cristóbal Colón…?

Con independencia de los edificios, esta calle supo dotarse de vida propia. Con farolas que en tiempos han iluminado madrugadas de auténtica bohemia; quioscos que en tiempos estaban abiertos toda la noche; sillas que en tiempos se alquilaban a los paseantes adinerados primero y a las clases populares después; fuentes como la de Canaletas, que todavía mantiene su mágica promesa de que quien beba sus aguas regresará a la ciudad; terrazas de los bares en tiempos frecuentadas por personalidades del arte y la música… Y los árboles, no nos olvidemos los árboles. Porque Las Ramblas nacieron arboladas. Ya en 1702 se plantaron 280 chopos que más tarde se sustituyeron por olmos. En 1832 hubo un replante de acacias y finalmente se optó por los plataneros que aún hoy nos ofrecen su verde sombra. Por lo que respecta al mobiliario urbano se documentan bancos de piedra ya en 1779 y 300 sillas de madera en el año 1781. En 1860 se instalan silSillas alquilerlas de la prestigiosa casa Gay e iluminación con farolas eléctricas. Pero lo más interesante es que comenzaron a construirse los primeros puestos de ventas en hierro.
Se trataba de las paradas de flores y de pájaros que, de verdad, en un tiempo fueron lo más característico de esta vía dándole el nombre a uno de sus cinco tramos, de arriba a abajo, a saber: Rambla de Canaletes, de los Estudis, de las Flors, de los Caputxins y de Santa Mònica. Las paradas de animales hace tiempo que han dejado de existir por ordenanza municipal pero las de las flores, con problemas y transformaciones, resisten heroicamente el paso del tiempo, de las costumbres, de las modas y de los políticos.

Uno de los puestos más emblemáticos es de Flores Carolina. Actualmente regentado por Carolina Pallés, quinta generación de una familia de floristas. Muchas generaciones de barceloneses han comprado flores a la familia y la clientela muy fiel ha contado entre los compradores a personajes como el poeta Federico García Lorca, el pintor Salvador Dalí, el músico Xavier Cugat o algunos personajes políticos. Cuentan que las divas de la ópera del Liceo recibían siempre sus ramos de flores frescas directamente de las paradas de la Rambla y que muchos señores de postín compraban ramos iguales, uno para la esposa y otro para la amante.
Un pedacito de historia genuina barcelonesa con aroma de rosas que han querido plasmar pintores como Ramón Casas o Antonio Utrillo y escritores como Josep Maria de Sagarra, con su personaje de la florista Antonia, eje central de la obra La Rambla de les floristes (La Rambla de las floristas). O el cantautor Joan Manel Serrat que en la Banda sonora D’un temps d’un país [1996] incluye el tema Les floristes de la Rambla (Las floristas de la Rambla) de Miquel Porter.

En 2012, las 16 paradas de venta de flores de la Rambla se embellecieron, por el lado que da al carril de circulación rodada, en una acción conjunta del distrito de Ciutat Vella y la Escola Massana. Se colocaron reproducciones en vinilo (presuntamente antipintadas) de obras realizadas por el ciclo formativo de grado superior de artes aplicadas a muros. Todas ellas con espíritu botánico ya que en cada parada se recupera una flor: la rosa, la rosa fucsia, la begonia…

Como preciosa anécdota histórico-literaria valga esta, hecha de flores, teatro y simpatía. La actriz Margarita Xirgu, que en diciembre de 1935 estrenó en Barcelona la obra de Federico García Lorca «Doña Rosita o el lenguaje de las flores», recibía cada día un ramo sin tarjeta y supo que se trataba de un obsequio de las floristas de las Ramblas. Federico y ella decidieron dedicar como homenaje una función a las floristas.

Alocución a las floristas de la rambla de Barcelona.

florista 1935«Señoras y señores:

Esta noche, mi hija más pequeña y querida, Rosita la soltera, señorita Rosita, Doña Rosita, sobre el mármol y entre cipreses Doña Rosa, ha querido trabajar para las simpáticas floristas de la Rambla, y soy yo quien tiene el honor de dedicar la fiesta a estas mujeres de risa franca y manos mojadas, donde tiembla de cuando en cuando el diminuto rubí causado por la espina…
La rosa mudable, encerrada en la melancolía del Carmen granadino, ha querido agitarse en su rama al borde del estanque para que la vean las flores de la calle más alegre del mundo, la calle donde viven juntas a la vez las cuatro estaciones del año, la única calle de la tierra que yo desearía que no se acabara nunca, rica en sonidos, abundante de brisas, hermosa de encuentros, antigua de sangre: Rambla de Barcelona.

Como una balanza, la Rambla tiene su fiel y su equilibrio en el mercado de las flores donde la ciudad acude para cantar bautizos y bodas sobre ramos frescos de esperanza y donde acude agitando lágrimas y cintas en las coronas para sus muertos. Estos puestos de alegría entre los árboles ciudadanos son el regalo del ramblista y su recreo y aunque de noche aparezcan solos, casi como catafalcos de hierro, tienen un aire señor y delicado que parece decir al noctámbulo: “Levántate mañana para vernos, nosotros somos el día.” Nadie que visite Barcelona puede olvidar esta calle que las flores convierten en insospechado invernadero, ni dejarse de sorprender por la locura mozartiana de estos pájaros, que, si bien se vengan a veces del transeúnte de modo un poquito incorrecto, dan en cambio a la Rambla una aire acribillado de plata y hacen caer sobre sus amigos una lluvia adormecedora de invisibles lentejuelas que colman nuestro corazón.
Se dice, y es verdad, que ningún barcelonés puede dormir tranquilo sino ha paseado por la Rambla por lo menos una vez, y a mí me ocurre otro tanto estos días que vivo en vuestra hermosísima ciudad. Toda la esencia de la gran Barcelona, de la perenne, la insobornable, está en esta calle que tiene un ala gótica donde se oyen fuentes romanas y laúdes del quince y otra ala abigarrada, cruel, increíble, donde se oyen los acordeones de todos los marineros del mundo y hay un vuelo nocturno de labios pintados y carcajadas al amanecer.

Yo también tengo que pasar todos los días por esta calle para aprender de ella cómo puede persistir el espíritu propio de una ciudad.

Amigas floristas, con el cariño con que os saludo bajo los árboles, como transeúnte desconocido, os saludo esta noche aquí como poeta, y os ofrezco, con franco ademán andaluz, esta rosa de pena y palabras: es la granadina Rosita la soltera.
Salud.»